Conociendo al Padre por medio de los sentidos

Perdí a mi padre de niña, pero aprendí a conocerlo por medio de mis sentidos

Por Sheila Hernández

El 18 de septiembre de 1981 no fue necesario que nadie me diera la noticia. Lo supe por el silencio. Mi mente de niña empezó a experimentar «sensaciones». Las cosas no estaban normales en casa, pues ese día mi padre se impactó contra otro carro en la autopista y al pasar de unas horas murió. Jamás volvería a ver a mi padre, a escuchar su voz, a percibir su olor, a sentir su abrazo, a saborear los momentos a su lado. 

En ese momento mi cerebro aprendió a responder ante la pérdida usando su poder limitado y me refugié en una insensibilidad que afectaría mis emociones. Todo esto terminaría desarrollando problemas en mi carácter y una ausencia de Dios en mi vida. Negué lo que sentía y me avergoncé de mis sentimientos, sin darme cuenta que equivalía a avergonzarme de mí misma. 

Hoy, muchas niñas, adolescentes y mujeres se encuentran empoderadas por esas limitaciones. Sus emociones son defensivas, insensibles, acostumbradas a corromper su vida y negando el abandono, la infidelidad, la indiferencia o el abuso de un padre. Lo que ven, oyen, huelen, saborean y sienten impide que puedan recibir lo que viene del ambiente de manera real y verdadera. Además, se niegan a reconocer el amor potente de Dios. 

Una mujer en la Biblia me hizo ver mi vergüenza. Rahab era una prostituta cananea. Estoy segura de que vivía atrapada en su vergüenza cada día. Y aunque yo no me he prostituido como ella lo hizo, mi ser se corrompía en todo momento y negué toda obra creadora de Dios en mí. 

Rahab protegió a los espías israelitas que iban a reconocer la tierra del rey de Jericó. Les dijo: «Sé que el Señor les ha dado esta tierra». Ella tenía en su mente información acerca de Dios. ¿Qué información tenía yo sobre mi padre? Ninguna. Nunca pregunté. Solo sabía lo básico: su nombre y su profesión.

Pero Rahab tampoco sabía mucho. Había oído que Dios hizo secar las aguas del Mar Rojo. Pero su corazón reaccionó y su espíritu reconoció que Jehová era Dios arriba en los cielos y abajo en la tierra. ¡Qué potencia de conocimiento! Todo su ser se estremeció.

Su fe fue puesta en acción y la llevó a actuar a favor del pueblo de Dios pues arriesgó su vida y la de su familia. Puedes leer su historia en Josué 2. Su historia me hizo imitar su fe. 

Empecé a buscar información acerca de mi padre con mi mamá, mis tíos y mi abuelita, y el conocimiento empezó a despertar mis sentidos. Pero ahora él ya no estaba. ¿Qué podía hacer? 

Mi espíritu empezó a ser sensible a ese Dios que es Dios arriba en el cielo y abajo en la tierra, y que está conmigo, a mi lado, cercano. Rahab me enseñó a confiar en Dios. Ella supo, oyó y actuó. Ella no solo se salvó de la destrucción que les avecinaba a los habitantes de Jericó, sino de lo más importante: una vida separada de Dios.

Yo también encontré la misma salvación del pecado tan atroz de haber vivido negándome a recibir lo que Él me quería dar.

Así que, escuchemos su voz que nos dice: «Me buscarán y me encontrarán cuando me busquen de todo corazón» (Jeremías 29:13). Busquemos con los sentidos. Él está cercano. 


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