¿Eres venenosa?
Analiza si eres portadora de algún tipo de veneno
Por Sofía Luján
¿Sabes en qué país del mundo hay más especies venenosas? Correcto. En México, seguido por Brasil y Australia.
Los animales producen veneno por dos razones: defenderse contra depredadores y cazar su alimento.
Los seres humanos también creamos mecanismos de defensa para proteger nuestro corazón. ¿Has usado alguno de estos?
Quizá, como la rana dardo, usas colores en tu piel muy vivos para advertir a los otros de no acercarse. Por medio de tu forma de vestir y conducirte haces que las personas mejor se den la vuelta y ¡ni se atrevan a mirarte! Por cierto, la rana dardo dorado puede matar a diez humanos adultos con su veneno. ¿Usas tú el veneno del recelo?
Tal vez eres más como una víbora Gariba, que mata entre el 10 y el 20% de las personas a las que muerde. Es agresiva y busca los lugares con alta población humana. En otras palabras, tú también puedes ser sociable, pero ¡cuidado! Que nadie te moleste o que se atenga a la consecuencia de tu enojo.
La Taipán del interior, por otro lado, es una serpiente que tiene suficiente veneno para acabar con 125 humanos adultos en 45 minutos, pero es muy tímida y solo muerde si uno la acosa mucho. Puede ser que tú no te metas con nadie, pero si te lastiman, ¡no respondes! El veneno del rencor es muy peligroso.
Finalmente, el mosquito es el que más muertes produce. Son ligeramente venenosos, pero si nos pican pueden contagiarnos de enfermedades como el dengue o la fiebre amarilla. Cada año, 700 millones de personas contraen una enfermedad mediante la picadura de un mosquito. Cada año, también el chisme provoca más divisiones y pleitos que una guerra.
Estos venenos que hemos mencionado son altamente peligrosos, pero existe una solución. Dios es el único antídoto contra ellos y cuando forma parte de nuestra vida puede producir en nosotros el perdón, el amor y la bondad que tanto necesitamos.
Sea que te enojes o insultes para atacar, o que manipules y mientas para defenderte, no seas una persona tóxica. «¿Y dejarme golpear por la vida y por otros?», te preguntarás. Mejor deja que Dios te proteja:
«Con tu poder, Dios mío, me siento protegido; ¡tú, Dios mío, eres mi defensa!» (Salmo 59:9).
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