Serie: Principios sobre la belleza
Principio 9: La belleza empieza adentro
Por Laura Castellanos
Nidia vivía en un pequeño pueblo, donde su padre criaba animales y sembraba la tierra. Cierta mañana, su padre le mostró los cerditos que acababan de nacer y Nidia se encariñó con uno de ellos al que llamó Rosado.
Cada mañana buscaba a Rosado y jugaba con él. Rosado se dejaba mimar y consentir y resultó una mejor mascota que el perro o el gato, pues era más simpático y manejable. Sin embargo, había un gran problema. Doña Lucrecia, la madre de Nidia, no permitía que Rosado entrara a la casa, ni que durmiera en la habitación de Nidia, ni que comiera cerca de la mesa. ¿Por qué razón? Porque era un cerdo.
Nidia lo intentó, pero fracasó vez tras vez. Su madre siempre descubría cuando Rosado entraba a la casa, pues dejaba sus huellas en cada rincón y su olor penetraba el ambiente. Por más que Nidia regañaba a su mascota, sin importar la hora del día, Rosado buscaba revolcarse en el lodo.
Su padre le explicó que Rosado necesitaba hacerlo para quitarse el calor de encima. Mencionó algo sobre unas glándulas de sudor que Nidia no entendió. Ella deseaba que Rosado entrara a la casa. ¿Por qué no podía ser como Rizo, el gato, que se lamía las patas y se mantenía aseado, que comía solo de su plato y que hacía sus necesidades en su caja de arena y no en donde se le antojaba?
Entonces su papá le propuso un trato. Le harían un trasplante de corazón a Rosado por el corazón de Rizo. Así sucedió, y unas semanas después, Rosado vivió al lado de Nidia, siempre limpio y con buenos modales, mientras que Rizo corrió al lodo y se mudó al granero.
Una ilusión
La Biblia dice:
«La hermosura es engañosa, la belleza es una ilusión; ¡sólo merece alabanzas la mujer que obedece a Dios!» (Proverbios 31:30 BLS).
Dios quiere que nuestra belleza provenga de algo interno, algo duradero. Solo Dios nos puede dar esta belleza cuando nos sometemos a Él; es decir, cuando somos esas personas que se despojan del egoísmo y acuden al Creador.
Otros (aparte del sabio Salomón en la Biblia) han hablado de lo mismo. El escritor ruso, León Tolstoi dijo: «Opino que lo que se llama belleza, reside únicamente en la sonrisa». Félix Lope de Vega y Carpio comentó: «Yo he visto mujeres feas que tratadas son hermosas».
Leamos unas citas más:
«El mejor cosmético para la belleza es la felicidad». —Condesa de Blessington.
«El que no lleva la belleza dentro del alma, no la encontrará en ninguna parte». —Noel Clarasó.
«La belleza del rostro es frágil, es una flor pasajera, pero la belleza del alma es firme y segura». —Jean-Baptiste Poquelin Molière.
¿Y cómo se obtiene esta belleza? ¿Cómo se compra? La buena noticia es que no se necesita una tarjeta de crédito, pero sí algo más contundente.
Un nuevo corazón
Como en el cuento imaginario al principio de este capítulo, podemos dejar de maquillarnos y usar ropa de moda pero, ¿cómo cambiar nuestro carácter? ¿Cómo despojarnos del egoísmo, el orgullo y la mentira? Solo a través de un cambio radical interno: un nuevo corazón.
En el libro de Ezequiel, en la Biblia, Dios le habla al profeta y le promete: «Les daré un nuevo corazón, y les infundiré un espíritu nuevo; les quitaré ese corazón de piedra que ahora tienen, y les pondré un corazón de carne» (Ezequiel 36:26 NVI).
Dios es el experto en cambios radicales internos. De hecho, a Él no le interesa mucho la apariencia, pues finalmente Él nos creó y no nos ve con ojos humanos ni nos cataloga como hermosos o feos. Tampoco nos discrimina. Para Él lo importante es lo de adentro. Busca transformar nuestra mentalidad.
¿Y cómo lo logra? Lo único que nos pide es querer cambiar. El primer paso es reconocer que no podemos solos. El segundo es buscarlo con honestidad y estar dispuestos a que Dios haga el resto.
Dios no es un ladrón ni un asesino de la belleza, sino más bien es quien crea y da vida, a diferencia de Satanás.
Jesucristo dijo: «El ladrón no viene más que a robar, matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia» (Juan 10:10 RV60). Solo el Creador de la vida puede darnos una belleza real y natural.
«Radiantes están los que a él acuden; jamás su rostro se cubre de vergüenza» (Salmos 34:5 NVI), expresa con seguridad el Salmista.
No hay vergüenza para el que acude a Dios y se deja transformar. Encontrará una belleza viva y radiante.
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