Confesiones de una hija de pastor, Capítulo 9
Sobre los campamentos
Por Keila Ochoa Harris
El jueves ya tenía una lista con todo lo que necesitaba llevar para el campamento, desde hilo dental hasta tres pares de zapatos para la noche de la cena especial. Como no me podía decidir por un par en particular, opté porque sobraran y no faltaran. El domingo saldrían dos camionetas con los camperos y Emiliano me anotó en la que viajaría Santiago. Todo marchaba a la perfección.
Mi mamá había seguido en sus terapias y tenía días buenos y malos, pero el viernes por la noche regresó de su chequeo de rutina en el hospital con un fuerte dolor de cabeza. Mi papá le preparó un té y la observó con detenimiento. Cuando la fiebre le subió durante la madrugada, las cosas se complicaron. Mi papá no dudó en ir a primera hora a la prueba COVID y el resultado fue positivo.
No lo podía creer. Tuve que leer tres o cuatro veces el mensaje de texto que mi papá me envió desde la farmacia donde la revisaron. ¿Podía uno confiar en esas pruebas rápidas? Por desgracia, los síntomas indicaban que mi mamá se había contagiado de ese pequeño virus del que nos libramos en la primera, segunda, tercera y cuarta ola. Ya había perdido la cuenta de en cuál íbamos.
Me quedé congelada en el sillón de la sala esperando a que mis padres regresaran. ¿Qué implicaba esta noticia para mí? Mi mente parecía no funcionar de manera correcta. Los engranajes carecían de movimiento. Me había quedado, literalmente, paralizada. Cuando la puerta se abrió, miré a mi papá y adiviné enseguida las malas noticias: No iría al campamento.
A estas alturas, los demás también debíamos estar contagiados o quizá éramos asintomáticos, pero el pastor no podía poner en peligro al rebaño. Mi vida podría considerarse oficialmente destrozada. Me marché a mi cuarto y las lágrimas brotaron sin control. Le puse seguro a la puerta y me tumbé sobre la cama. Si mi mamá se sintiera bien vendría a consolarme, pero se había ido a su recámara para aislarse y mi papá de seguro no sabía cómo actuar frente a una adolescente destruida.
Existen muchos tipos de dolores y se podría decir que he experimentado muchos de ellos. Puedo por lo tanto asegurar que las esperanzas truncadas se encuentran entre las decepciones más profundas que existen: tanto se acaricia un momento, que cuando este se desvanece, la ausencia duele como una puñalada al corazón.
Una vez que se me acabaron las lágrimas y me dio hambre (pues no había desayunado), bajé a la cocina por un poco de cereal. Mi papá me sirvió en silencio. Aarón me miró de reojo y luego abrió su gran boca: —No es para tanto, Pris. Ya vendrán más campamentos.
—Déjala en paz —le advirtió mi papá, pero para entonces las lágrimas ya se habían agolpado de nuevo en mis ojos. Dejé que fluyeran y se combinaran con la leche.
Por la tarde, la noticia corrió como pólvora. Mi papá solo la contó a los diáconos, pero el papá de Emiliano lo avisó en el chat de la iglesia con el propósito de que la congregación orara por mi mamá, así que empecé a recibir cientos de mensajes de Pau, Tomy, Emiliano e incluso Santiago.
«Qué mal plan, Pris. No irás al campa. Mi primer campa. En fin, cochino virus».
No era el mensaje más romántico del mundo. De hecho, no tenía ni una pizca de romance ni intimidad. Por más que trataba de leer entre líneas no había nada que lo hiciera ni siquiera un poquito especial, a comparación de lo que me escribió Emiliano o el mismo Christian. Aun así, copié el mensaje en mi bandeja y le saqué foto. Nuestro primer intercambio real.
Yo solo respondí: «Gracias».
El domingo comenzó la verdadera tortura. Les rogué a mis amigas que me mantuvieran al tanto de cada detalle. Ellas obedecieron al pie de la letra los dos primeros días. Subieron fotos del grupo en la camioneta. Santiago se sentó al frente con el chofer. Postearon la cena, desde los chilaquiles que sirvieron hasta cómo se acomodaron en las largas mesas del comedor. Tatiana al lado de Santiago. No sonreí.
Luego llegó la primera conferencia.
«¿Quieres que haga un live en Instagram o Facebook?», me preguntó Tomy.
Pensé que no era para tanto, lo que me hizo sentir un poco culpable. ¿No se suponía que uno iba a los campamentos para escuchar a los conferencistas hablar de la Palabra de Dios?
«Te vas a quedar sin batería».
«Cierto. Te mando fotos del PowerPoint».
No entendí nada, pero Pau dijo que la plática había tocado su corazón. Santiago añadió en el chat grupal que el campamento había empezado con el pie derecho.
Mi mamá dejó de tener episodios de fiebre el lunes como a medio día así que preparó un caldo de pollo. Yo seguía pegada al teléfono, pues mis amigas subieron fotos del tiempo devocional, el desayuno, la conferencia de la mañana y los juegos de la tarde. Entonces, anunciaron el melodrama.
«Pris, el director del campa acaba de avisar que este año la cena especial será diferente. Toca a las chicas invitar a los chicos». Mil emojis de todo tipo de parte de Pau y Tomy en nuestro chat de amigas.
Tomy: «¿Qué voy a hacer?».
Pau: «Ahora sí vamos a entender cuánto sufren los pobres chicos».
Tomy: «Tatiana dice que hoy mismo invita a alguien».
Pau: «Seguramente a su ex».
Tomy: «No creo. Su ex anda con otra chica».
¿Y yo? Con un horrible dolor de cuerpo. Una hora después me subió la fiebre. El COVID me visitó con fuerza por dos días. Debilidad por cuarenta y ocho horas. Aunque traté de no perderme las novedades del campamento, dormía a todas horas y en ocasiones ni ganas me daban de leer, de oír música ni de mirar alguna de mis series preferidas.
El jueves los mensajes bajaron en intensidad. Supongo que los chicos se encontraban más ocupados con las actividades. Entre natación, actividades grupales y conferencias, las horas de seguro pasaron volando. El viernes, el campamento cerraba con la cena especial y el sábado temprano todos volvían a casa.
Desde el lunes por la noche supe que Tatiana había invitado a Santiago a la cena, así que dejé de prestar gran atención a los pasos de Santiago. Podía imaginar a Tatiana con un lindo vestido corto y entallado, su cabello recién teñido con luces rubias alaciado y perfecto, del brazo de Santiago en un traje oscuro. La pareja del año.
Imaginé dos o tres escenas alternativas si yo hubiera estado en el campamento: Santiago rechazando a Tatiana pues en secreto deseaba que yo lo invitara o Santiago diciendo que no iría con nadie a menos que fuéramos en grupo. Ignoro si todas las chicas de mi edad hacen películas en su mente, pero debo admitir que yo soy una experta. Incluso suelo encerrarme en mi cuarto y susurrar conversaciones hipotéticas con Santiago.
Como empecé a sentirme bien y a cuidar a mi hermano y mi papá, que fueron los últimos en caer por el efecto dominó, me volví a interesar por la noche especial del viernes. Cansadas del chat, mis amigas decidieron llamarme a las seis y media. La cena empezaba a las siete.
—¿Ya se arreglaron?
—¡Claro! Somos diez por cabaña. Teníamos que ser las primeras en bañarnos —dijo Pau—. Ahora sí, siéntate para que te contemos todos los detalles. Tatiana, como ya sabes, invitó a Santiago. Santi me dijo que no trajo nada decente, así que irá con pantalones de mezclilla y la única camisa de vestir que trae. Hasta me pidió que se la planchara porque obvio soy la única mujer precavida que no olvidó algo tan importante. Christian, por su parte, anunció a los cuatro vientos que no iría con nadie, así que nadie lo invitó. ¿No sabes qué le pasa? Anda muy raro. Casi no habla con nadie. Hasta parece que no quiere estar aquí. ¿No se supone que le gusta ser el alma de la fiesta?
—¿Y ustedes con quién van?
—Empieza tú, Pau —se oyó la voz de Tomy.
—Pues después de la comida me animé a invitar a Javier.
—¿Javier? ¿Al que conocimos hace un año? Viene de Guadalajara, ¿verdad?
—Me cae bien. Nos tocó en el mismo equipo y me hace reír. Por lo menos no me voy a aburrir.
Parecía un buen chico.
—¿Y tú, Tomy?
Hizo una pausa y de repente dijo: —Invité a Emiliano.
¿Emiliano? Algo raro retorció mi estómago y no podía culpar al COVID.
—Me da gusto.
—Ya te contaremos los detalles.
Tuvieron que colgar mientras yo me quedé con un extraño sabor de boca que intenté identificar. Los enfermos durmieron temprano, así que mi mamá y yo nos pusimos a ver una película. No debí escoger Orgullo y prejuicio, pero ninguna otra me apeteció. A media película le conté a mi mamá sobre la cena y las diferentes parejas.
—¿Tomy y Emiliano? —dijo mi mamá como masticando las palabras—. No lo hubiera imaginado, pero ¿por qué no? Se conocen desde hace tiempo. Tomy es divertida, aunque más seria que Pau. Emiliano es introvertido, pero un buen chico. ¿Estás celosa, Pris?
¿Celosa? ¿De mi mejor amiga y mi mejor amigo? Traté de analizar mis emociones mientras Lizzy Bennet rechazaba al señor Collins. Emiliano y yo nos conocíamos desde niños. En las pasadas cenas de campamentos, mi corazón no se aceleró cuando Emiliano me invitó de último minuto. Solo sentí alivio de no entrar sola, pero no la emoción que se supone que debía experimentar. Nos pasábamos la velada recordando viejos tiempos, haciendo pequeños chistes tontos y observando a los demás, en especial a Tatiana.
—No lo sé —le confesé a mi mamá—. Creo que no.
—Emiliano es tu amigo. Y siempre lo será. Creo que él tenía un poco de ilusiones contigo.
Yo también lo había sospechado. Miré a mi mamá de reojo. Ella me pasó más palomitas de maíz. ¿Cómo estaba tan enterada de ese tipo de cosas? Mi papá siempre decía que mi mamá poseía un sexto sentido que uno debía considerar. «Ve cosas que todos pasamos por alto. Intuye situaciones que nadie imagina. ¿Lo peor? Por lo general tiene razón».
—¿Y crees que Tomy…? —pregunté con sospecha.
—Le ha gustado desde siempre —concluyó mi mamá.
Las pequeñas piezas se acomodaron en su sitio. Tomy siempre preguntaba por Emiliano y discutía con él por motivos banales, era considerada con su familia y reía más de lo acostumbrado cuando Emiliano aparecía en escena.
—Serán una linda pareja —expresó mi mamá.
—Pero es solo una cena especial —me quejé.
Mi mamá solo esbozó una sonrisa. Yo empecé a preocuparme. ¿Qué implicaba para mí que Tomy y Emiliano fueran novios? ¿En qué formas cambiaría el grupo de los sábados e incluso los chats? Si ya no podía platicar con Emiliano, ¿con quién me desahogaría?
No terminamos de ver la película. A mi mamá le dio sueño y a mí, insomnio. A medianoche me enviaron las fotos de la cena de gala. Tomy y Emiliano se veían más que felices.
Todos los derechos reservados.
D.R. ©️ Keila Ochoa
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