Piensa en lo que estás pensando
Hagamos un hábito de pensar sobre lo que estamos pensando
Por Reyna Orozco Meraz
Meditar en lo que estamos pensando nos puede ayudar a comprender de qué nos hemos estado alimentando, qué hay en nuestro interior y cómo eso afecta nuestro alrededor. La forma en la cual pensamos determina cómo vivimos y eso tiene repercusiones no solo en nuestras vidas, sino en las de los demás también.
Admito que muchas veces me he encontrado rumiando terribles pensamientos recurrentes. Cuando pienso sobre lo que estoy pensando, tengo la oportunidad de redireccionar mis pensamientos a la verdad. ¿Y en qué pensar? En lo que compagine con la Palabra de Dios. La suma de tu palabra es verdad, y cada una de tus justas ordenanzas es eterna. Salmo 119:60. Lo demás es pasajero, vano e irrelevante.
Una pregunta importante que podemos hacernos cuando eso suceda es: «¿Acaso Dios me diría esto?» Si no es así, si Él no nos diría «eso», si vemos que contradice su Palabra, ¿por qué habríamos de prestar atención a tales mensajes?
¿Cuál es la fuente de los pensamientos dolorosos recurrentes?
Lo que escuchamos y nos atormenta pueden ser mensajes confusos, mentirosos y mal intencionados de otras personas, o recuerdos de voces que nos han lastimado antes, o falsas enseñanzas, o ecos del propio pecado, o el enemigo de nuestra alma que solo busca acusar, matar, robar y destruir (Juan 10:10).
También habrá mensajes bien intencionados, pero difíciles de discernir. ¿Cómo saber que son para nuestra bien? Porque su finalidad es edificarnos y llevarnos a una madurez y al crecimiento, al arrepentimiento y a una mejora. El resultado de escuchar y pensar en experiencias y mensajes «difíciles de digerir» nos apuntarán a Cristo y traerán buen fruto y no espinos.
Decidamos qué voz será la que escuchemos hoy, pues finalmente en eso terminaremos pensando y por ende viviendo.
Elijamos bien
Cada día tenemos la opción de elegir a cuáles pensamientos prestarles atención y cuáles descartar. No podemos elegir qué palabras, mensajes o vivencias vamos a enfrentar, pero siempre podemos elegir qué lugar darles en nuestra mente y por ende en nuestro corazón. Lo que hagamos repercutirá en las decisiones, actitudes y carácter.
«Al cielo y a la tierra pongo hoy como testigos contra vosotros de que he puesto ante ti la vida y la muerte, la bendición y la maldición. Escoge, pues, la vida para que vivas, tú y tu descendencia» (Deuteronomio 30:19).
«Graben, pues, estas mis palabras en su corazón y en su alma; átenlas como una señal en su mano, y serán por insignias entre sus ojos» (Deuteronomio 11:18).
Oremos:
Amado Padre Celestial, ¿pudieras ayudarme a renovar mis pensamientos? (Rom. 12:2). Anhelo tener tu mente. Necesito un filtro fuerte para discernir qué situaciones y palabras debo abrazar y cuáles ignorar. Por favor, dame un corazón receptivo y con discernimiento para abrazar lo bueno y desechar lo malo (1 Tes. 5:21-23).
Leamos y memoricemos:
Filipenses 4:8. Determinemos que este será uno de los filtros para los pensamientos. «Concéntrense en todo lo que es verdadero, todo lo honorable, todo lo justo, todo lo puro, todo lo bello y todo lo admirable. Piensen en cosas excelentes y dignas de alabanza» NTV.
Actuemos:
Acerquémonos a una amiga sabia y platiquemos con ella sobre la decisión de cuidar nuestros pensamientos. Regalémosle una tarjeta con el versículo que memorizamos. Preguntémosle si podemos rendirle cuentas de áreas de la vida de nuestra mente que quizá hemos descuidado y pidámosle orar juntas sobre este tema. Quizá también podamos animarla a fortalecer la vida de su mente.
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