La motivación de un comandante japonés

¿Qué te motiva a ti?

Por Keila Ochoa Harris

Diligencia: cuidado, atención, solicitud, eficiencia, eficacia, esmero, interés y celo. Estas palabras nos hacen temblar un poco. ¿Cómo lograr esa prontitud, agilidad, prisa, presteza, celeridad y premura en nuestras labores diarias? 

Al pensar en esta palabra me vino a la mente la imagen de un ejército, donde hay disciplina y control. Y al pensar en distintas milicias me vino a la mente la de Japón, siempre estructurada y combativa. 

En 1941, el comandante Mitsuo Fuchida dirigió el ataque aéreo a la base naval de Pearl Harbor. ¿Qué lo motivaba? ¿Luchar por su país? ¿Cumplir con las órdenes que le habían dado? Ese siete de diciembre, a las 7:40 de la mañana, ordenó el ataque y luego envió el mensaje: «¡Tora! ¡Tora!», para señalar que había logrado su objetivo: tomar a los americanos por sorpresa. 

Esa mañana murieron 2403 americanos y 64 japoneses. Al otro día, los Estados Unidos de América declararon la guerra contra Japón. Fuchida participó en otros ataques y evadió la muerte.

Tampoco practicó el suicido con el ritual japonés para morir con honor, (hará-kiri) en lugar de caer en manos del enemigo. 

Cuando terminó la guerra y regresó a su granja, tristemente, se sintió sin propósito y perdido. Sus primeras victorias se desvanecieron con el peso de la derrota. Pearl Harbor palideció frente a Hiroshima y Nagasaki. Sus éxitos militares se desvanecieron ante la realidad de un país destruido y derrotado. No tenía ninguna motivación para seguir adelante.

Entonces, en 1947, participó en los juicios por crímenes de guerra. Ahí se reencontró con un amigo, Kazuo Kanegasaki, quien había sido capturado por los americanos. 

«Seguramente te maltrataron», le dijo Fuchida. En sus campamentos de prisioneros, los japoneses habían sido bastante crueles. Fuchida no esperaba menos de los americanos. Sin embargo, Kanegasaki le contó una historia diferente. Una mujer llamada Peggy Covell les había mostrado gran amabilidad. A pesar de que los japoneses habían matado a sus padres misioneros en una prisión en Filipinas. Fuchida se quedó perplejo. No podía ser posible. La ética militar permitía la venganza. Ojo por ojo, diente por diente. 

Más tarde, en 1948, Fuchida recibió un folleto de la vida de Jacob DeShazer. En este relataba que mientras fue prisionero en Japón, «conoció a Dios». Fuchida entonces comenzó a interesarse en el cristianismo. Compró un Nuevo Testamento y leyó Lucas 23 por primera vez. 

«Se me humedecieron los ojos, y pronto sentí cómo rodaban por mis mejillas grandes lágrimas. Pude contemplar la cruz del Gólgota, y volví mis ojos hacia Cristo». 

En 1949, Fuchida creyó en Cristo. El arquitecto del ataque a Pearl Harbor encontró el perdón de Dios. Supo que lo necesitaba y lo recibió con los brazos abiertos. No es extraño que su versículo preferido fuera: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lucas 23:34).

A partir de esto, estableció una asociación evangelística. Empezó a viajar a muchas partes para compartir su historia de conversión. Publicó varios libros y murió a los 73 años. 

Fuchida dibujó un mapa a mano que mostraba la destrucción del ataque a Pearl Harbor. Se vendió en $425 000 dólares en una subasta en Nueva York en 2013. La fundación Jay I. Kislak compró el mapa. Más tarde lo donó a la biblioteca de Miami-Dade, que a su vez lo vendió a la Biblioteca del Congreso Americano en 2018. 

Sin embargo, el mapa más importante que dejó Fuchida se resume en el título de su autobiografía: «De Pearl Harbor al Calvario». Fuchida, como buen capitán japonés, fue un soldado disciplinado y obediente a sus generales. Sin embargo, el amor de Dios le dio más motivación y una nueva meta: compartir con otros sobre el perdón de Dios. 

Su educación militar lo transformó en un evangelista que no se rindió hasta que Dios lo llamó a su presencia. Perfecto no fue. Seguramente tuvo que vivir con los errores de su pasado y la guerra marcó su vida de muchas maneras. 

Del mismo modo, quizá traemos remordimientos a cuestas. Algunas cosas que nos avergüenzan de nuestro pasado. Otros hemos sido diligentes en eventos, situaciones y objetivos poco valiosos. Unos más atravesamos la guerra de relaciones fallidas. Tal vez adicciones peligrosas o ataques ideológicos. 

Durante la Segunda Guerra Mundial algunos encontraron la fe y otros la perdieron. La guerra forzó a muchos a preguntarse sobre la existencia de Dios. Su opinión de la humanidad y el porqué del sufrimiento. No hubo respuestas sencillas. Algunos se acercaron al Calvario, como Fuchida, otros se alejaron. 

Pero aquellos que encontraron a Jesús hallaron también sentido a sus vidas y la motivación de hablar a otros de Él. Muchos escribieron sus testimonios. Hoy podemos leer las historias de Corrie ten Boom, Dietrich Bonhoeffer, Louis Zamperini, Harry y Miriam Taylor, Darlene Deibler Rose y Esther Ahn Kim, entre otros. 

¿Qué tipo de motivación nos rige hoy? ¿La que guio a Fuchida para atacar Pearl Harbor en busca de gloria, venganza o cumplimiento del deber? ¿O nos guía el amor de Dios y la gratitud por su inmenso perdón?

Diligencia: cuidado, atención, solicitud, eficiencia, eficacia, esmero, interés y celo. Palabras que describieron a Fuchida y a otros que aprendieron a pedir perdón y perdonar. Al igual que ellos, reflejemos esa prontitud, agilidad, prisa, presteza, celeridad y premura en compartir con otros que el perdón de Dios es total, perfecto, eterno y suficiente. 


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