Estrellas variables
¿En qué nos parecemos a ellas?
Por Priscila Chacón
Cuando miras el cielo nocturno, si no está nublado, ves esos pequeños puntos luminosos a años luz de distancia. Bolas de gas que brillan y adornan el paisaje, con vidas mucho más largas que nuestro paso fugaz sobre la tierra. Titilan y nos sonríen, nos dan paz… Pero ¿sabías que no siempre se ven igual de brillantes?
La mayoría de las veces, este brillo cambia tan poco en el lapso de una vida humana, que no nos damos cuenta. Sin embargo, hay un tipo de estrellas en que la intensidad de su brillo cambia mucho en cuestión de horas o meses. En un momento pueden parecernos luminosas, y al siguiente tener un brillo más tenue, como si se «apagaran» un poco. Se les llama estrellas variables y esta alteración en su brillo se repite cada cierto tiempo; pasa de máximo a mínimo en lo que se conoce como el periodo de la estrella.
Hay más de una explicación para este fenómeno, que, por supuesto, depende del tipo de estrella. Una de las más comunes es que las estrellas «pulsan», o en otras palabras, su tamaño aumenta o disminuye con respecto a un valor medio. Como dijera Cri-Cri en su canción: «El chorrito», que en nuestro caso sería una estrella, ésta «se hacía grandota y se hacía chiquita».
El periodo de la estrella, además de corto o largo, puede ser regular o irregular. En el primer caso, cada cierto número de días, por ejemplo, la estrella regresa a su estado de máximo brillo. En el segundo caso puede tomarle unos días más o unos días menos. Y así como el momento en que más ilumina se repite, también lo hace el instante en que se ve más oscura.
Las personas somos como estrellas variables. Nuestros días pasan de claridad a sombra, de dicha a angustia, de motivación a apatía. La depresión, por ejemplo, es un mínimo; un evento que se repite y que desearíamos no existiera.
En esos días, los amaneceres podrán parecernos nostálgicos, las palabras bonitas conmovernos, o las pequeñas frustraciones desencadenar ese picor en los ojos que precede a las lágrimas. Quizá queremos escondernos de miradas ajenas, diluir el nudo en la garganta y ponernos una máscara hasta que llegue el momento de liberar la carga.
Si fuéramos Cefeidas, un tipo de estrella variable, nos encerraríamos en nosotras mismas y los demás nos verían brillantes. Pero el calor y la presión estarían aumentando a medida que nos contraemos y ocultamos. Nos verían entusiastas y alegres, hasta que no aguantemos más y liberemos la presión en un estallido. El antifaz caería, y descenderíamos a un pozo de oscuridad, ese valle de sombra de muerte que necesitamos atravesar.
Cuando estoy en un momento oscuro, recuerdo el comienzo del Salmo 46: «Dios es nuestro amparo y fortaleza», e imagino que Él me resguarda entre sus brazos y me sostiene cuando lloro. Él acude en cuanto clamo, pues es «nuestro pronto auxilio en las tribulaciones». Para Él, no hay distinción entre tribulaciones visibles e invisibles, pues lo conoce todo.
Sea que el descenso al valle sea rápido o lento, Él nos promete seguridad. El salmista sigue, «no temeremos, aunque la tierra sea removida, y se traspasen los montes al corazón del mar». Él es nuestro refugio, sin importar la intensidad de nuestra aflicción, ni qué tanto nos sintamos oscurecer. «Dios es nuestro amparo y fortaleza […] aunque bramen y se turben sus aguas, y tiemblen los montes a causa de su braveza».
Cuando termina la crisis, viene su paz. El autor del Salmo 46 termina el tercer verso con una expresión de descanso, «Selah». Una pausa en el canto, en la oración, una respuesta tangible en su silencio. Entonces la oscuridad empieza a poblarse de luz, abrimos los ojos y vemos que Él estuvo ahí. Qué sigue a nuestro lado, como torre fuerte, y que no se moverá.
Habrá días en que las aguas estarán calmas, otros en que la turbulencia aumente. Viviremos ciclos de euforia y angustia, nos inflaremos y desinflaremos como las estrellas variables. Como es el caso de la estrellas, puede que para nosotros los ciclos de luz y oscuridad sean algo natural. Pero algo he observado, y es que el Señor puede hacer los ciclos más largos o menos oscuros, no para ocultar lo que sentimos sino para tomar consciencia de que Él está presente.
Las estrellas del cielo son parte de su creación, así como nosotras. Si somos variables, no es casualidad. Alumbremos, y reposemos en Él. Cantemos, cuando la higuera no florezca y crucemos el valle de sombra. Él tiene cuidado de nosotras y a cada oscuridad pone un fin.
¿En qué nos parecemos a ellas?