Elijo contentarme
Es posible lograrlo
Por Reyna Orozco Meraz
¿Recuerdas en los libros infantiles las imágenes que decían «Encuentra las 10 diferencias» y tu misión era señalar lo que faltaba o sobraba de un lado y del otro? ¿Acaso no sería lindo que en la vida real fuera así de divertido y al darte cuenta de las diferencias, pudieras agradecer por ellas e incluso aprender? Para algunos, el comparar es divertido, y para otros doloroso o desesperante.
Aprendamos a hacer de la comparación un ejercicio útil, que incluso nos cause contentamiento, en lugar de sólo tomarla como un recordatorio personal de lo que nos falta, no nos gusta o nos molesta.
¿Se puede tener contentamiento y a su vez compararse?
Sí, claro que se puede aunque algunas personas piensan que el contentamiento y la comparación son mutuamente excluyentes, pero esta percepción no es del todo precisa.
Parte de nuestras capacidades es la de notar las diferencias. No estamos ciegos. Elisabeth Elliot decía: «El sufrimiento es tener lo que no quieres o querer lo que no tienes». Entonces, el contentamiento es agradecer y disfrutar lo que nos ha sido dado.
Hay una famosa frase de Theodore Roosevelt que dice: «la comparación es el ladrón de la alegría». Él sugiere que compararse constantemente con los demás puede conducir a la insatisfacción y robar la alegría personal. Propone que es más provechoso encontrar felicidad en las propias experiencias y logros, en lugar de enfocarse en lo que otros disfrutan.
La capacidad de comparar no es lo que nos roba el gozo, sino lo que hacemos con esa información percibida. Eso es lo que puede llevarnos a la tristeza o a la insatisfacción.
¿Qué hacemos para conservar el contentamiento?
Debemos elegir con cuidado nuestros afectos y ejercitar nuestra fe. Preguntémonos: ¿En qué estamos enfocándonos y qué estamos permitiendo que nuestro corazón anhele tanto como para que la comparación nos cause contentamiento o insatisfacción? ¿Qué es eso que nos hace sentir inconformidad o envidia?
Es muy probable que sean nuestros afectos desmedidos, esas cosas, incluso «buenas» que se han convertido en los ídolos de nuestro corazón. Y la idolatría, siempre será un problema. Pidamos a Dios la fe necesaria para que Él nos sea suficiente.
Jonh Piper nos enseña que lo que no puede coexistir, es la avaricia y el contentamiento. «La codicia es exactamente lo contrario de la fe: es la pérdida del contentamiento en Cristo lo que hace que comencemos a desear otras cosas para satisfacer los anhelos de nuestro corazón. Y no hay duda de que la batalla contra la codicia es una batalla contra la incredulidad y por la fe en la gracia venidera. Cuando sintamos que la codicia aumenta en lo más mínimo en nuestro corazón, debemos cerrarle el paso y luchar contra ella con todas nuestras fuerzas, haciendo uso de las armas de la fe». ¿Lo estamos haciendo?
Jesús hizo muchas comparaciones intencionales y útiles
Hay un tipo de comparación pecaminosa, llena de avaricia y celos, que produce insatisfacción, envidias y golpes en el ego.
Sin embargo, estudiando la Biblia, con Shannon Popkin, autora del libro No te compares, aprendemos que hay comparaciones importantes y benéficas, como las que hacía Jesús y como muchas que encontramos en la Palabra. Pongamos atención a esos contrastes de los que podemos aprender tanto.
Recordar que «Jesús usó constantemente contrastes e historias acerca de la comparación para enseñar una manera diferente de ver las cosas» puede animarnos a examinarlo todo, llegar a conclusiones útiles, tomar decisiones sabias que apunten al blanco, a lo eterno y nos animen a aprender de otros para honrar a Dios con nuestras vidas.
Algunos ejemplos de estas comparaciones son: Martha y María, el buen samaritano, el fariseo y el cobrador de impuestos, los edificadores sabios y necios, la ofrenda de la viuda y la de los demás, etc.
Lo que hacemos con la comparación revela cómo está nuestro corazón.
Necesitamos confiar en que lo que vivimos es justo lo que Dios planeó y que es lo mejor para nosotras. Las personas menos satisfechas y más amargadas que conoceremos serán, por lo regular, aquellas que no aceptan y reciben con gozo su situación, sus circunstancias o su realidad.
Lo que hace que nos sientamos inconformes, no es en sí la acción de comparar, sino nuestra actitud ante no tener, recibir o experimentar lo que esperábamos.
Ni siquiera es un problema tener algún deseo genuino, sino que nuestras expectativas difieran de lo que vivimos y prefiramos estar en la realidad de otros.
En contraste, si nuestro corazón es agradecido y humilde, las comparaciones y diferencias que podemos observar no nos causan descontento, ¡sino al contrario! Son una inspiración e impulso, nos motivan, animan y ayudan, llenándonos de nuevas ideas y metas.
¿Podemos contentarnos cuando la vida parece imposible?
¡Sí! Podemos contentarnos en cualquier circunstancia. No todas las comparaciones causan insatisfacción, algunas apuntan a cómo es único todo lo que Dios hace, lo que orquesta y ejecuta.
«Sus pensamientos y sus caminos no son como los nuestros» (Isaías 55:8-9). Muchas veces será difícil o casi inalcanzable estar contentas, cuando las circunstancias nos sobrepasan. Es por ejemplo, muy complicado, escribir de contentamiento o de buena salud cuando nuestro cuerpo está lastimado, enfermo o dolido. Pero sí podemos experimentar contentamiento aun en el sufrimiento, aunque parezca paradójico.
Podemos estar contentas, aun cuando nos sintamos rotas, cuando todo alrededor se derrumba y nos duele todo por dentro, y aun así, debemos continuar.
Podemos contentarnos cuando parece que las circunstancias se han salido de control y lo que es necesario reparar, no depende de nosotros.
Cuando no hay nada que podamos hacer para solucionar, componer, sanar o reparar algo.
Cuando no hay dinero que alcance, y aunque lo tuviéramos, no existe cura para nosotros.
Sí, cuando llegamos a nuestros límites, al tope, al final, aun ahí, podemos tener contentamiento.
Podemos disfrutar del gozo genuino, incluso al ver tantas diferencias alrededor, agradeciendo por las cosas pequeñas, recordando que todo es pasajero. «En realidad, la piedad con contentamiento es una gran ganancia, porque nada trajimos a este mundo y nada nos llevaremos. Así que, si tenemos ropa y comida, contentémonos con eso». (1 Timoteo 6:6-8 NTV).
¿Cómo es eso posible? Con gozo y fe. «Aunque las higueras no florezcan y no haya uvas en las vides, aunque se pierda la cosecha de oliva y los campos queden vacíos y no den fruto, aunque los rebaños mueran en los campos y los establos estén vacíos, ¡aun así me alegraré en el Señor! ¡Me gozaré en el Dios de mi salvación! ¡El Señor Soberano es mi fuerza! Él me da pie firme como al venado, capaz de pisar sobre las alturas». (Habacuc 3:17-19 NTV).
Palabras que parecen contradictorias pero que nos llenan de esperanza.
«Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros, que estamos atribulados en todo, mas no angustiados; en apuros, mas no desesperados; perseguidos, mas no desamparados; derribados, pero no destruidos; llevando en el cuerpo siempre por todas partes la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos. Porque nosotros que vivimos siempre estamos entregados a muerte por causa de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal. De manera que la muerte actúa en nosotros, y en vosotros la vida» (2 Corintios 4.8-18).
Esta Escritura está llena de antónimos, de situaciones adversas, dramáticas, y con los contrastes descritos logra que el mensaje sea aún más vívido.
Al leerlo consideramos la intensidad que implica el vivir por fe y cómo los demás percibirán nuestra existencia. Sobre todo, abrazamos la esperanza de que saldremos adelante, contentos y alcanzando el propósito final: que la vida de Jesús se forme en la nuestra.
¿De quiénes podemos aprender más sobre el contentamiento?
Podemos aprender de otros siempre, por ejemplo de los héroes de la fe y de personas piadosas a nuestro alrededor. Pensemos en Pablo, que es un héroe en este tema, un ejemplo de alguien que en medio del quebranto pudo conservar su gozo. Al leer sobre todo lo que pasó, nos anima pensar que si él pudo ser intencional y aprender a contentarse en cualquier circunstancia, con la ayuda de Dios, nosotras también podemos.
Filipenses 4:13 «Todo lo puedo en Cristo que me fortalece», muchas veces se toma a la ligera, de forma muy simplista. Se receta como una frase cristiana que sirve para animar, pero si leemos todo el capítulo, hay un camino más largo para llegar a eso: «No lo digo porque tenga escasez, pues he aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación. Sé vivir humildemente, y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad».
Estar contentas, cualquiera que sea nuestra condición tiene una escuela, un proceso. Cuando vivimos circunstancias adversas, entonces sí comprobamos que: «Todo lo puedo en Cristo que me fortalece».
¿Cómo queremos vivir la única y hermosa vida que nos fue dada?
Hagamos una pausa para reflexionar y orar. ¿Queremos aprender a contentarnos? ¿Seremos agradecidas en toda circunstancia? ¿Aceptaremos ser enseñadas en todo y por todo? ¿Decidiremos estar gozosas y agradecidas con lo que somos, tenemos y hacemos?
Quizá no estamos donde quisiéramos, aún así, podemos contentarnos justo donde estamos. Para nosotros: «El vivir es Cristo y el morir, ganancia» (Fil 1:21). «Pues si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así pues, sea que vivamos, o que muramos, del Señor somos» (Rom.14:8).
Rindámonos al Señor y pidámosle poder serle fieles, a pesar de todas las evidentes diferencias y de las inconformidades que surjan en el camino.
Oremos para que, aun notando las grandes diferencias en nuestros dibujos, conservemos el entusiasmo y permanezcamos contentas, confiadas y agradecidas por la historia de vida que Dios ha trazado para nosotras.
Podemos hacerlo porque Él es fiel para diseñar nuestros días, y también para llenarnos de gozo y fe al vivirlos. Él es el único que puede satisfacer nuestra alma y dar verdadero contentamiento al corazón. Que siempre sea Él nuestro mayor tesoro.
En el Renacimiento se le decía melancolía