Evita la envidia y a Bach imita

Foto por Andrea Hernández

Descubre cómo lograrlo

Por Keila Ochoa Harris

«Cuando intentes un buen trabajo, encontrarás a otro haciéndolo también, incluso mejor que tú. No los envidies… El humor más indigno y despreciable es una nube al alma cristiana y nos espera en cada empresa, a menos que nos fortalezcamos con la gracia de la magnanimidad». Esto escribió Henry Drummond, un evangelista escocés del siglo XIX. 

¿No te parece que tiene razón? Siempre que hagamos algo, veremos que alguien resulta más exitoso que nosotros, pero si nos medimos por la opinión popular, quizá nunca logremos nada realmente importante. Por ejemplo, en una especie de encuesta que hizo el escritor Anthony Tommasini del New York Times en el año 2011, concluyó que Bach es el compositor más grande de todos los tiempos, después de recopilar una interesante cantidad de respuestas.  

Sin embargo, durante su vida Bach probablemente jamás imaginó tal distinción. De hecho, se le consideró anticuado, ya que en esa época sólo se reverenciaba lo «nuevo» y cuando algo pasaba de los cuarenta años se desechaba. Al morir en 1750, su música prácticamente quedó en el olvido. 

El nombre Bach, sin embargo, siguió circulando debido a cuatro de sus hijos. De hecho, se le recordaba nada más como un buen organista, no como un compositor fascinante. Fueron otros músicos posteriores, como Mendelssohn, Chopin, Schumann y Liszt, quienes empezaron a interesarse en Bach nuevamente y admiraron su genialidad.  

De hecho, el trabajo en el que más duró se empeñó, en la ciudad de Leipzig sólo le trajo dolores de cabeza. Constantemente se encontró bajo los ataques del rector quien hizo hasta lo imposible por humillarlo ante los oficiales de la iglesia, y aunque un sinfín de actividades banales absorbieron su tiempo y su energía, logró producir música majestuosa y una cantidad impresionante de obras.

¿Has escuchado su música? Si aún no lo haces, elige algunas de sus mejores piezas y presta atención. ¿Qué lo hace tan especial? Además de que nunca atrajo popularidad, se le consideró un hombre modesto y sencillo. Incluso le aconsejó a uno de sus estudiantes: «Solo practica con diligencia, y todo saldrá bien. Tienes cinco dedos en cada mano igual de saludables que los míos». 

En cierta ocasión, cuando alguien elogió su talento como organista, respondió: «No hay nada maravilloso en ello; sólo toca las notas correctas en el momento correcto y el instrumento hace el resto». 

¿Habrá sentido envidia de algún contemporáneo? Debemos pensar que sí. Tal vez lamentó que a otros les pagaran más, o quiso ofrecer mejores oportunidades a sus hijos. ¿Pensó que otros recibían los elogios que él merecía? En el ámbito artístico siempre existe una fiera competencia. La tentación siempre está en lucir mejor que otros o menospreciarlos cuando uno se siente herido. 

Sin embargo, Bach comprendió el meollo del asunto y por tal motivo, probablemente, hoy todos conocemos su nombre. Él declaró: «El único propósito de la música debe ser la gloria de Dios y la recreación del espíritu humano». 

Todo artista debería analizar esta frase una y otra vez. El arte, sea la literatura, la música, la pintura, la escultura, la fotografía o la cinematografía no deberían ser para ganar más dinero, o satisfacer nuestros egos, o elevar nuestros nombres, sino para honrar a Dios y bendecir a los demás. 

Bach nos da ejemplo de cómo vivir la integridad. Su vida concordaba con sus creencias. Aunque poseía un genio musical sin precedentes, su vida también giraba en torno a la Biblia y a su Dios. En sus manuscritos y partituras encontramos claves de su consagración. A veces escribía «J. J.» o «Jesu Juva» en latín que significa: Jesús ayúdame. Y al final ponía «S.D.G.» o «Soli Deo Gloria», que significa: Solo a Dios la Gloria. 

Quizá por estas prácticas, su música hoy toca las fibras sensibles de creyentes y no creyentes, y ha traído consuelo a muchos y paz en medio de las tormentas de la vida. Obviamente, él nunca se enteró en esta tierra del efecto que su música tuvo o tendría, pero dejó a un lado la envidia que paraliza y decidió hacer lo que más le gustaba para la gloria de Dios. 

Seguramente jamás imaginó que, en el siglo XX, una organista japonesa llamada Yuko Maruyama, una devota budista, conocería a Dios porque la música de Bach la introduciría a Jesús y al cristianismo. «Cuando toco una fuga, puedo sentir a Bach hablando con Dios», comentó. 

Si te gusta la música o cualquier forma de arte, experimentarás momentos de envidia y celos cuando tal vez otros ganen premios, o reciban más aplausos, o sus redes sociales cuenten con más seguidores. Recuerda que la envidia carcome los huesos y destruye el alma. Por otro lado, si escribes, compones, cantas, tocas, pintas, tomas fotografías, dibujas, diseñas o filmas para promoverte y ser más rico, tu recompensa será en el aquí y el ahora, lo mucho o poco que te paguen, lo mucho o poco que alaben tu trabajo. 

Si, por el contrario, lo haces por amor a Dios y para servir a los demás, si realizas tu arte porque es tu manera de adorar al Creador y expresarle tu amor, si buscas a través de cada párrafo, acorde y pincelada llevar a otros a los pies de Cristo, quizá como Bach nunca veas el fruto durante tu paso en esta tierra, pero tu arte quedará como un testigo de Aquel a quien amas, y tu mejor recompensa será un día escuchar de tu Señor: «Buen siervo. Usaste tus dones. Multiplicaste tus talentos, no por fama o diversión, sino por amor». 

Y por los siglos de los siglos cantaremos, quizá con música de Bach, una de sus más bellas composiciones: «Jesús, alegría de los hombres». 


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