Maravillosamente hecha
Descubre todo el proceso
Por Karen Durán de Serrano
¿Te acuerdas cuando en primaria te enseñaron el ciclo de la vida?
Quizá todavía tengas en un rincón de tu cerebro las palabras que memorizaste para tu examen de Ciencias: todo ser vivo nace, crece, se reproduce y muere. Sin embargo, tu vida no se reduce a esas etapas, ni se define nada más por los cambios que se producen en el cuerpo, la conducta, el conocimiento y el pensamiento, conforme creces y te desarrollas. Los cambios de cada etapa te preparan para la siguiente.
Cuando eras un bebé tus huesos eran blandos y flexibles; poco a poco algunos de ellos se fusionaron y fortalecieron para que pudieras sentarte, gatear y luego caminar.
Los dedos de tus manos se fueron desarrollando para lograr asir y manipular objetos pequeños.
Y así tu cuerpo fue creciendo para que llegaras a ser una niña saludable que pudiera aprender, realizar actividad física e interactuar con otros.
Tiempo después llegaste a la pubertad y experimentaste cambios en tu cuerpo, en tu forma de ser y en tu manera de relacionarte con otros. Puede ser que mientras lees esto todavía te sientes algo confundida e insegura acerca de las hormonas que regulan distintas funciones de tu organismo, volviéndolo más complejo.
Nada de eso es casualidad ni sucede de manera arbitraria. Todo eso es parte del diseño perfecto de Dios. Ya lo dice la Biblia: «¡Gracias por hacerme tan maravillosamente complejo! Tu fino trabajo es maravilloso, lo sé muy bien» (Salmos 139:14 NTV).
Y aunque vivimos en un mundo marcado por la imperfección que ocasionó el pecado, no podemos negar que el cuerpo humano es increíble y que su desarrollo determina diferentes momentos en la vida, sobre todo de la mujer.
Recuerdo cuando tuve mi primer periodo. No fue cómodo, ya que me tocó vivirlo en una época en la que no se hablaba de ello abiertamente ni con naturalidad. No se divulgaba, como ahora, que el ciclo menstrual tiene diferentes fases y que, al reconocerlas, se puede comprender mejor el estado de ánimo en cada una de ellas y así sacarles el mejor provecho.
Pude disfrutar mi etapa de recién casada, descubrir y disfrutar el regalo del sexo en el lugar que Dios diseñó para ello y poder, de esa manera, amar a mi esposo y ser amada por él.
Algunos años después me asombré con el milagro de la vida creciendo en mi propio vientre. Lo que aprendí en mi clase de Anatomía acerca del aparato reproductor, por fin se hizo tangible cuando me convertí en mamá.
Y hoy, 24 años después, recorro una nueva etapa que presenta grandes desafíos: la perimenopausia, el tiempo en que el cuerpo de las mujeres se prepara para dejar de menstruar.
Transitamos muchas etapas que están definidas por los cambios de nuestro cuerpo, pero no somos sólo cuerpo. Dios nos ha creado también con un alma y una mente. Lo sabemos porque Jesús nos invitó a amar al Señor con todo el corazón, el alma, la mente y las fuerzas (Marcos 12:30).
No sólo nacemos, crecemos, nos reproducimos y morimos, sino que a lo largo de esos ciclos físicos también reconocemos nuestras emociones, dejamos de ser niñas y maduramos hasta llegar a tomar decisiones más sensatas y a comprender que el mundo no gira a nuestro alrededor.
Para quienes hemos decidido creer en Cristo y caminar a Su lado, sabemos que, aunque nuestra existencia en este mundo llegará a un final, nuestro verdadero hogar está en el cielo porque en Jesús tenemos vida eterna (Filipenses 3:20).
Sabemos que cada etapa de nuestra historia tiene un propósito y una razón de ser. Filipenses 1:6 dice que Dios comenzó una buena obra en nosotros y la continuará hasta que quede completamente terminada el día que Jesucristo vuelva.
No vamos a la deriva, no estamos solas; la etapa en la que estamos, los ciclos que completamos y la manera en que lo hacemos, están en manos de Dios. Él nos ha dado su Espíritu Santo que habita en nosotras para que no sólo acumulemos años y experiencia, sino para que seamos mujeres dependientes y cercanas a Él, conforme a Su corazón.
Tengamos la certeza de que «somos obras maestras de Dios, que Él nos creó de nuevo en Cristo Jesús a fin de que hagamos las cosas buenas que preparó para nosotras tiempo atrás» (Efesios 2:10 NTV).
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