¿Eres lo que haces?
¿Qué opinas?
Por Keila Ochoa Harris
Pudo haber sido el hijo de un rico comerciante, o un líder espiritual, o un activista y revolucionario, o un pensador. Si hubiera vivido en este siglo, definitivamente sería: un influencer. Pero rechazó sus riquezas, la fama, lo establecido, y eligió abrazar una vida de pobreza y servicio.
¿De quién hablamos? De Francisco de Asís, o el hermano Sol, como muchos lo han apodado. Pero veamos un poco de su vida para comprenderlo mejor.
Aunque se llamaba Giovanni, le cambiaron el nombre a Francesco. Intentó convertirse en un caballero, pues la historia cruzaba el tiempo medieval. De hecho luchó en la batalla contra Perugia, pero terminó en cautiverio durante un año. Mediante un sueño decidió volver a su hogar.
Entonces empezó a tener visiones en las que Dios le pedía diferentes cosas como ayudar a los enfermos y reparar la iglesia, que estaba en ruinas. Obediente al llamado, dio todo su dinero a la iglesia, a pesar de la ira de su padre, y tomó un voto de pobreza.
Desde entonces, Francisco comenzó una vida ejemplar, aunque tal vez también extraña, pero que le ayudó a recordar que no somos lo que hacemos, no somos lo que sabemos, no somos lo que sentimos, sino que somos lo que Dios nos llama a ser.
Cuando nuestra identidad comience a titubear y pensemos que valemos porque somos hijas de pastor, misioneras, maestras en la iglesia, integrantes del grupo de alabanza o algo más, pensemos en estas lecciones que nos deja San Francisco de Asís.
Los mandatos de Dios son literales
San Francisco de Asís así lo pensó, sobre todo al considerar este verso: No se preocupen por el mañana. Ni siquiera permitía que su cocinero dejara las verduras remojando. Cada día traía su propio afán.
¿Cómo sería nuestra vida académica y profesional si bastara a cada día su propio afán? ¿Si hiciéramos lo mejor posible cada día y dejáramos las preocupaciones antes de dormir?
Cuando estés estresada porque debes mejorar en tus calificaciones para no perder una beca, o te la vivas preocupada porque temes perder tu trabajo, recuerda que el Señor nos manda no preocuparnos. ¿Qué disciplina puedes practicar? ¡La oración!
Entrégale a Dios tus preocupaciones con las palmas de las manos hacia arriba. Dale una por una de tus penas. Luego gira tus manos y recibe su Palabra, su bendición, su consuelo. Él está en control.
Practica el arrepentimiento
Francisco hablaba del pecado abiertamente e invitaba al arrepentimiento. Denunciaba la maldad cuando la veía. No diluía sus pecados, aunque siempre hablaba con amabilidad, tanto a grandes como a jóvenes.
Imagina cómo sería nuestra vida si dejáramos de disfrazar el pecado con las frases de «todo mundo lo hace», «no es tan malo», «es cultural», «son otros tiempos». Una vida de introspección es necesaria. ¿Qué disciplina puedes practicar? ¡La confesión!
Ponte a cuenta con Dios todos los días. Repasa las áreas en las que estás fallando, y si te cuesta trabajo, ora como David pidiendo que Dios examine tu corazón y te muestre tus pecados, incluso aquellos que te son ocultos. Luego, pide a Dios que te limpie y te ayude a no volver a caer.
Practica el amor sacrificial
Francisco sirvió a los pobres, a los enfermos y a los leprosos, lo que probablemente hizo que se contagiara de lepra y muriera a los cuarenta años. Pero ese amor sacrificial no lo frenó. Aunque muchos lo criticaron, así como a sus seguidores pues decían que olían mal y andaban en ropas viejas, se identificó con aquellos a quienes servía.
¿Cómo podemos vivir entre los demás de modo que entendamos sus luchas y entornos? ¿No nos permitiría eso salirnos de nosotros mismos y encontrar nuestra identidad en Cristo? ¿Qué disciplina puedes practicar? ¡El servicio!
Servir no es sólo hacer por hacer, sino ayudar a otros que no pueden retribuirte. Tampoco se mostrará en las redes sociales, lo «buena» que eres. Implica que tu mano derecha no sepa lo que está haciendo la izquierda, ni tengas pretextos para alzarte el cuello. Servir significa morir un poco a ti misma para que brille Cristo.
Ama el estudio
Francisco no alentaba que sus frailes se enfrascaran en estudios profundos o se inflaran de orgullo académico. A pesar de eso, de entre sus filas surgieron grandes pensadores como Bonaventura y Roger Bacon. Él no deseaba que se volvieran intelectuales sin corazón, sin embargo, invitaba al asombro y la curiosidad, elementos fundamentales para el pensamiento científico.
¿Cómo serían nuestras vidas si no estudiáramos para ganar más dinero o conseguir un título, sino por la emoción de aprender e indagar en los libros? ¿Te llena de alegría tener un libro en tus manos? ¿Qué disciplina puedes practicar? ¡El estudio bíblico!
No importa tu edad, todos necesitamos profundizar en nuestros conocimientos de la Palabra de Dios. Ama la Biblia. Estúdiala. Gózate en ella. Aprende a indagar, rascar, preguntar, cuestionar, profundizar, atesorar las Escrituras.
Francisco de Asís desechó sus títulos y no quiso que le llamaran salvo «hermano». No dejemos que los títulos nos abrumen. Seamos, sencillamente, seguidoras de Jesús y, en palabras de San Francisco: «Ninguna otra cosa hemos de hacer sino ser solícitos en seguir la voluntad de Dios y en agradarle en todas las cosas».
¿Qué opinas?